No puedo recordar cuál fue el
primer libro que tuve entre mis manos. Probablemente sería La isla del tesoro de R.L. Stevenson, porque sí que recuerdo que nos
regalaron dos o tres libros de una colección en la que también estaban Huckelberry Finn de Mark Twain y, si no recuerdo mal, también Robinson Crusoe de Daniel Defoe… aunque
de eso ya no estoy tan seguro. De lo que estoy seguro es que de entre esos tres
probablemente leería el de La isla del
tesoro, porque yo era más de historias de piratas, puesto que para mí
literatura y cine han estado estrechamente ligados (herencia paterna) y de
pequeño no me perdía ni una sola película de piratas que hicieran en la
televisión.
Aventuras.
Era lo que más me gustaba de pequeño. Da igual que fueran de piratas, de indios
y vaqueros… lo que fuese. Tanto en el cine como en las páginas de un libro. Por
eso no es de extrañar que el primer libro que con absoluta seguridad que
recuerdo haber leído (y con avidez) fue Los
tres mosqueteros de Alejandro Dumas. Y, como no podía haber sido de otra
manera, porque la noche antes vi con mi padre la adaptación de George Sidney de
1948 con Gene Kelly haciendo de D’Artagnan.
El
paso siguiente fue el más lógico: Veinte
años después. Tenía ganas por saber qué había ocurrido con los personajes
creados por Dumas, así que me embarqué en la segunda aventura de los cuatro
mosqueteros. No ocurrió lo mismo con El Vizconde
de Braguelonne, que es la tercera entrega. Quizá por cansancio, quizá
porque me resultó algo farragosa, recuerdo que dejé la novela a medias con un
punto de pesar.
Con
Dumas fue mi bautismo literario y a él he vuelto en alguna ocasión. Desde
entonces han pasado por mis manos multitud de libros, de los cuales algunos me
han marcado mientras que otros han pasado por mis manos como un simple disfrute
pasajero. En otros casos (y no han sido pocos) he tenido que sufrir algunas
obras, ya sea porque eran simplemente malas o a causa de mis carencias a la
hora de enfrentarme al texto. Con el tiempo he ido aprendiendo a evitar o a
dejar a tiempo las primeras, mientras que mi competencia literaria ha mejorado
lo suficiente para poder apreciar las otras.
Sea
como fuere, no voy a entrar a detallar todo lo que he ido leyendo durante estos
años. Al fin y al cabo… ¿a quién le puede llegar a interesar?. Sin embargo, ya
que este es un blog hecho expresamente para la asignatura y la práctica que
estoy realizando así lo requiere, sí que realizaré una pequeña lista con los
libros que más me han marcado. O sea, una especie de respuesta a la típica
pregunta de “¿Qué diez libros te
llevarías a una isla desierta?”.
Cien años de soledad de Gabriel García Marquez y Pedro Páramo de Juan Rulfo quizá sean los dos libros que más me han marcado. Sin duda mi vena cinéfila (cinéfaga, más bien) se decantaría por Moteros Tranquilos, toros salvajes de Peter Biskind o Conversaciones con Billy Wilder de Cameron Crowe. Disfruté cada página de Leviatán de Paul Auster y con Cualquier otro día de Dennis Lehane descubrí a un autor al que he vuelto más de una vez. Sin duda me llevaría La Regenta de Leopoldo Alas 'Clarín' (libro que odié cuando empecé y amé encuanto conseguí acabar) y San Manuel Bueno Mártir de Miguel de Unamuno. Me reí a carcajadas tanto con los pobres soldados españoles de La sombra del águila de Arturo Pérez Reverte como con el infame Ignatius Reily de La conjura de los necios de John Kennedy Toole, a los que he vuelto a visitar de vez en cuando.
Y, evidentemente, elegiría la compañía de los cuatro mosqueteros de Dumas. Porque hay libros que marcan el camino... y esos nunca se olvidan.
Cien años de soledad de Gabriel García Marquez y Pedro Páramo de Juan Rulfo quizá sean los dos libros que más me han marcado. Sin duda mi vena cinéfila (cinéfaga, más bien) se decantaría por Moteros Tranquilos, toros salvajes de Peter Biskind o Conversaciones con Billy Wilder de Cameron Crowe. Disfruté cada página de Leviatán de Paul Auster y con Cualquier otro día de Dennis Lehane descubrí a un autor al que he vuelto más de una vez. Sin duda me llevaría La Regenta de Leopoldo Alas 'Clarín' (libro que odié cuando empecé y amé encuanto conseguí acabar) y San Manuel Bueno Mártir de Miguel de Unamuno. Me reí a carcajadas tanto con los pobres soldados españoles de La sombra del águila de Arturo Pérez Reverte como con el infame Ignatius Reily de La conjura de los necios de John Kennedy Toole, a los que he vuelto a visitar de vez en cuando.
Y, evidentemente, elegiría la compañía de los cuatro mosqueteros de Dumas. Porque hay libros que marcan el camino... y esos nunca se olvidan.
También he aprendido a darle una oportunidad hasta al libro más malo. Será por si al final se arregla y ¡no me entero!
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